LA LITURGIA DE LAS HORAS La Iglesia fiel y obediente al mandato de Cristo: "Es necesario orar siempre y no desfallecer" (Lc 18,1), no cesa un momento en su oración y nos exhorta con estas palabras: "Ofrezcamos siempre a Dios el sacrificio de alabanza por medio de Jesucristo" (Heb 13, 15). Este precepto se cumple principalmente con la Liturgia de las Horas, que, conforme a la antigua tradición cristiana, tiene como característica propia la de servir para santificar el curso entero del día y de la noche.
En la celebración comunitaria, como en la recitación a solas, se mantiene la estructura de esta Liturgia, que es un coloquio entre Dios y el hombre. Sin embargo, la celebración comunitaria pone más de manifiesto la índole eclesial de la Liturgia de las Horas, y por esto debe de preferirse a una celebración a solas y en cierto modo privada.
Las Laudes de la mañana están dirigidas y ordenadas a santificar la mañana. Además, esta Hora, que se tiene con la primera luz del día, trae a la memoria el recuerdo de la Resurrección del Señor Jesús, que es la Luz verdadera que ilumina a todos los hombres (cf Jn 1, 9) y "el Sol de justicia" (Mal 4,2), "que nace de lo alto" (Lc 1, 78). Por esto hay que bendecir al Señor con la oración de la mañana.
Las Vísperas se celebran por la tarde, cuando ya declina el día, "en acción de gracias por cuanto se nos ha otorgado en la jornada y por cuanto hemos logrado realizar con acierto". También hacemos memoria de la Redención por medio de la oración que elevamos "como el incienso en presencia del Señor", y en la cual "el alzar de las manos" es "oblación vespertina". (De la Ordenación General del Oficio Divino) |
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